Sí, un nuevo día está en el horizonte, como dijo Oprah Winfrey en su electrizante discurso durante la entrega de los Globos de Oro. Somos testigos de excepción de un proceso donde todo parece indicar que la era en la cual el silencio era la norma ha llegado a su fin. O al menos eso aspiramos.
Ello, desde luego, no será fácil. Y con seguridad causará –como ya lo está haciendo- confusión y resquemores, así como algunos excesos. Nadie nos dijo que los cambios serían fáciles. Los movimientos sociales a favor de grupos o causas, que plantean cambios en el orden establecido y aceptado de las cosas, encuentran resistencia, particularmente cuando se trata de abandonar privilegios y posiciones de poder. Apostamos a una nueva era donde la interacción humana tenga lugar dentro de los límites del respeto mutuo, no de la imposición de uno sobre otra en cualquier sentido, especialmente en el sexual. La galantería, la seducción y el juego previo admiten límites que nada tienen que ver con el puritanismo.
La conversación que en el mundo occidental se está dando con respecto al acoso sexual y a la igualdad de género es, sin duda, histórica. Es un debate que aún no está acabado y en el que hay voces y puntos de vista diversos que contribuirán a pulir ideas que cambiarán la manera en la cual hemos visto estos temas hasta ahora.
El acoso y la violencia sexual existen. Son un hecho. Basta preguntarle a cualquier mujer al respecto y seguramente tendrá alguna historia que contar. La tocada en el Metro. La mano indeseada en un lugar íntimo. El comentario lascivo del jefe y su subsecuente negativa a una promoción por haberle rechazado. El beso no solicitado del profesor universitario. Nos dijeron “así son los hombres.” Han sido años de normalización de esas conductas. Se convirtieron en parte del paisaje, sostenidas por un “orden natural” de las cosas que aceptamos sin cuestionar ni revisar como diría el filósofo francés Pierre Bourdieu. Porque eso es lo que los hombres hacen. Es lo socialmente esperado conforme al rol masculino: importunar, buscar imponer su voluntad, su boca, sus manos, su sexo sobre la mujer. No sólo porque quieren. Sino porque pueden. Porque socialmente han tenido licencia para ello. Es así que no se trata de una cacería de brujas. Cada vez más y más casos salen a la luz pública porque el acoso sexual es endémico. De nuevo, es parte de ser hombres. Y no es que hay más casos ahora. Es que las mujeres decidieron hablar.
Develar esto es cuestionar ese orden natural y, por supuesto, lo que yace en el fondo: las expectativas y roles sociales de ambos sexos donde lo masculino es dominante. Y eso causa incomodidad y nerviosismo. ¿Entonces qué harán los hombres? Creer lo que decimos sería un buen primer paso. Usar la empatía y respetar también. En cada encuentro, en cada relación, muy especialmente de naturaleza sexual, hay una línea. Cierto que no siempre es clara, pero la hay. Un “no” puede ser la pista para encontrarla.
Mientras el movimiento #MeToo ha dado para hablar –mucho– de las mujeres, coincido con Stephen Marche que, como ha señalado en su artículo publicado por el New York Times, el papel de los hombres o, más específicamente, la “usualmente fea y peligrosa naturaleza de la libido masculina” ha sido, incomprensiblemente, dejada fuera de la conversación. Y como bien señala, los hombres no están interesados en participar o sencillamente no saben por dónde empezar. El silencio en torno a #MeToo de todos los actores que subieron al escenario la noche de la entrega de los Globos de Oro ilustra muy bien este punto.
Sin embargo, dejar la explicación de la conducta masculina en manos del determinismo biológico es ignorar las construcciones sociales hechas alrededor de cada uno de los sexos que imponen reglas y expectativas de conducta a mujeres y hombres. Lo relevante del argumento de Marche es, en todo caso, que a menos de que se revisen los mecanismos masculinos del deseo (que según él son “inherentemente brutales”, con lo cual no estoy totalmente de acuerdo), el camino hacia relaciones, incluyendo sexuales, armónicas entre hombres y mujeres se presenta complicado.
Los hombres son seres pensantes capaces de mirar en su interior para reconocer sus impulsos, así como los límites y respetarlos. Son capaces de elegir evitar atajos para imponer sus apetitos y fantasías sexuales sobre quienes no quieren compartirlas con ellos. Una frase, casi ya un cliché, es que nos esforzamos por enseñar a las niñas y adolescentes a cuidarse de los hombres, pero poco hacemos por enseñar a niños y adolescentes a no abusar de las mujeres. Sin duda que ahí hemos fallado.
Muchos –y uso el masculino en plural aquí de modo deliberado– encontraron refugio en el manifiesto firmado por 100 intelectuales y personalidades francesas, entre ellas Catherine Deneuve. Allí depositaron sus inquietudes ante el movimiento #MeToo, usando el rechazo al “puritanismo sexual” allí aludido como paraguas para resguardarse del aluvión de denuncias que incomoda a muchos y pone bajo sospecha a otros tantos. Por cierto, algunos que hasta ese momento no se habían pronunciado al respecto, salieron eufóricos a compartir y comentar por redes sociales el manifiesto, no sólo destacando lo del puritanismo sino dando la impresión de que por ser francesas sus firmantes, tuviera el texto algún tipo de autoridad elevada porque lo francés sí que sabe de todo lo relacionado con amor, romance y seducción.
Por nuestra parte, lo que hemos hecho las mujeres es callar y, con suerte, olvidar. Al profesor, al cura, al médico, al jefe, al compañero de trabajo, al entrenador, al “sádico” que agazapado en un carro o en el zaguán de una casa esperaba a su víctima para mostrarse… al hombre que no aceptó un no, que no supo distinguir entre seducción y acoso, entre contacto sexual consensuado y violación.
Estar en contra del acoso no significa estar en contra de la galantería, ni de la seducción, ni del juego previo. Significa estar en contra de que se quiebre, o intente quebrar, la voluntad y dignidad de la otra persona (hombre o mujer, no importa). Se trata de defender el derecho a decir no y ser escuchadas, del derecho a vivir sin temor a represalias por no aceptar los avances sexuales de una figura de autoridad. Se trata de ocupar los espacios –públicos o privados- sin miedo a que se nos manosee, se nos agreda física o sexualmente o se hagan comentarios humillantes cargados de las más vulgares connotaciones sexuales.
Sin duda, una nueva era.