Por: Alejandra Martínez
IPYS Venezuela
Luis tenía apenas 14 años cuando tuvo que irse de su casa, su madre lo echó por sentirse agobiada con los constantes problemas entre él, su hijo mayor y fruto de una relación anterior y su esposo. Dayana, una mujer de carácter sumiso, sufría los maltratos de su pareja desde el inicio de su relación, además, soportaba la violencia en contra de sus tres hijos más pequeños.
Aquel hombre sostenía que “a los muchachos hay que ponerles mano dura para que no se descarrilen”. La violencia era su forma de disciplinar. Poco a poco logró que Dayana, también comenzara a dudar de su hijo Luis y a sentir que la paz de su hogar dependía de que él se fuera.
Cuando el adolescente se fue a vivir con su abuela, los problemas siguieron. Los maltratos se enfocaron totalmente en Dayana y sus pequeños. Los gritos e insultos eran el desayuno, almuerzo y cena. Su esposo se enfurecía casi por cualquier cosa. La imagen opaca y aún tímida de Dayana, indica que el sufrimiento fue intenso y prolongado.
Con solo 37 años, Dayana luce como una mujer de 50. Su rostro se nota agotado, aunque sus ojos son grandes y expresivos, su mirada perdida cuando narra su historia, deja ver mucho dolor, recuerdos amargos y vergüenza. “Las palabras duelen bastante. Los insultos, eso a veces es más fuerte que un golpe. Que te digan a cada rato que no sirves para nada, es como una cachetada”.
Baja la cabeza y mira al suelo, mientras repite que era muy “fuerte”, refiriéndose a la agresividad de su marido. Se le hace un nudo en la garganta, respira profundo y calla, como cuando recuerdas algo traumático. “Ahora me arrepiento de muchas cosas”.
La culpa es una de las emociones que hace estrago en Dayana. Recordar que echó a su hijo a la calle y que a muy corta edad tuvo que comenzar a trabajar, además en una zona tan peligrosa como las minas al sur de Bolívar, es de las cosas que se sigue reprochando.
El abandono de los hijos es una característica común entre las mujeres que sufren violencia basada en género (VBG), sobre todo cuando son hijos de otro matrimonio. Es el caso de Patricia, quien dejó a sus tres hijos de 5, 8 y 12 años, para ir detrás del hombre que casi le quita la vida.
Patricia conoció a José a través de una amiga. Se enamoró de aquel hombre al punto de no pensarlo dos veces cuando le propuso que se fuera con él. La condición que lo impuso es dejar a sus niños. Sin dar muchas explicaciones, fue hasta la casa de su ex marido y le dijo “te toca cuidarlos un tiempo, yo tengo que ir a trabajar”.
Sin saber lo que le esperaba se fue, y en menos de tres meses todo comenzó a cambiar. Cuando ella le pedía dinero para mandarle a sus hijos, él se lo negaba. Ella pensó en trabajar para ayudar a sus chamos, pero él no se lo permitía. “Aquí el hombre soy yo, y el que trabaja aquí soy yo, tú no tienes nada que andar haciendo en la calle”, le decía él en forma dominante y poco a poco la fue sometiendo al encierro.
La mantenía aislada de su familia, ni siquiera le permitía hablar con los vecinos. Cuando llegaba de trabajar le revisaba el celular, la interrogaba para saber qué había hecho durante el día y le repetía constantemente, “Patricia no me busques problemas con los vecinos, si yo me entero que andas en la calle vamos a tener problemas”.
Esta mujer de 28 años, narró con lágrimas cómo estuvo separada de sus hijos durante un año, y todo el horror que le tocó vivir al lado de un hombre violento. Ella no solo sufrió violencia psicológica, sino también física, sexual y económica. Sufrió golpes, abuso sexual, amenazas, y eso sin contar que su economía estuvo limitada a lo que su perpetrador le suministraba.
Patricia perdió varias piezas de su dentadura a causa de golpes y tiene una cicatriz muy visible en su pómulo izquierdo. Casi pierde el ojo un día en el que él la tiró al piso y ella pegó su rostro de una columna. El cabello aún se le cae debido al estrés y los nervios que la situación le generó. Aparenta mucha más edad de la que tiene, aunque es de estatura grande y una corporalidad imponente, se ve minimizada al recordar su historia.
Cuando el abuso se volvió más intenso, ya ni siquiera podía hablar con sus hijos, aún cuando recibía noticias de que ya no iban a la escuela y estaban pasando calamidades, ya que la mayor parte del tiempo estaban solos, su padre tenía que trabajar para conseguir la comida y no podía cuidarlos.
La desesperación de Patricia fue tal, que por momentos pensaba: “…Me estoy volviendo loca. Yo sentía que lo que vivía era irreal y sobre todo tenía mucho miedo”.
El miedo era lo que la paralizaba, las constantes amenazas de José le hacían pensar que él la vigilaba a toda hora y que no podía hacer nada sin que él lo supiera. Todos los días le repetía que la iba a matar si pensaba en dejarlo.
La situación era tan grave que su pareja tenía un cuchillo con el que la torturaba, pero ella no sabía dónde lo guardaba. Patricia no dormía, pasaba la noche en vela, aterrorizada pensando si él le clavaría el arma. Con lágrimas y la voz cortada, contó que en esos momentos solo pensaba en que no volvería a ver a sus hijos.
El término violencia basada en género ya es conocido por ciudadanos y medios de comunicación de Ciudad Guayana. La entidad aparece en cada informe y monitoreo que realizan diferentes organizaciones de la región, lo cual evidencia una falta de garantía de los derechos de las mujeres.
No es lo mismo leer que entre enero y febrero de este año, en Bolívar se registraron 36 casos de diferentes tipos de VBG monitoreados a través de los medios de comunicación por la Comisión para los Derechos Humanos y Ciudadanía (Codehciu), que conocer la historia de una de esa treintena de mujeres narrada en primera persona.
Escuchar de la voz de las sobrevivientes, parte de esas escenas de horror que tuvieron que vivir da cuenta de la brutalidad a la que son sometidas y la magnitud de esta crisis que es considerada un problema de salud pública. Este fenómeno multifactorial repercute en diferentes ámbitos de la sociedad y socava en sus bases al dañar a su principal núcleo, la familia.
Mujeres constructoras de paz
Brisas del Sur es una comunidad empobrecida de San Félix en el Municipio Caroní y fui a conocerla para ponerle rostro a un par de historias de violencia. Los riesgos de seguridad y el gasto en combustible por lo alejado del sector, no me impidió llegar para encontrarme con un grupo de mujeres constructoras de paz.
El salón de un preescolar de Fe y Alegría fue el escenario para nuestro encuentro, sinceramente no esperaba tanta audiencia. No era mucho lo que tenía para decirles, pero si lo que necesitaba escuchar de ellas. Afortunadamente fueron muy receptivas, y con un poco de ayuda de las principales activistas, logré entrevistar a dos de sus compañeras que llegaron a los Espacios Seguros para salvar sus vidas.
Aunque Dayana y Patricia no son sus nombres reales, sus historias sí lo son. En esa visita a Brisas del Sur, no sólo conseguí tristeza y dolor, también hay una luz de esperanza entre el grupo de “Mujeres Constructoras de Paz”, quienes se han encargado de educar a otras mujeres de su comunidad a entender que el amor no es violencia.
A través de las diferentes capacitaciones que han recibido de la Red de Mujeres Constructoras de Paz, han podido conocer sus derechos como personas, pero también como mujeres. La implementación del proyecto de “Prevención y Respuesta de VBG en contextos de emergencia en el estado Bolívar”, inició en el año 2020 y en ese mismo momento llegó a esta comunidad con “Los Espacios Seguros”.
¿Qué es un espacio seguro?
Es un grupo formado por mujeres donde se comparten actividades y se abordan temas sobre autoestima, derechos humanos, salud sexual y reproductiva, violencia de género, proyecto de vida y sesiones con temas que las participantes eligen sobre algo que deseen aprender, explica la abogada Norkis Salazar, Coordinadora del área de género de la Comisión para los Derechos humanos y Ciudadanía, (Codehciu).
Con relación a la experiencia de los Espacios Seguros aplicados en la comunidad Brisas del Sur, Salazar informó, que en los encuentros tenían espacios para hacer ejercicios de relajación, que los mismos eran dinámicos, participativos y que les permitieron entender la importancia de respetar la decisión, revelación (casos de VGB), y situación individual y familiar de su igual, la mujer que tienen al lado.
Gracias a estos espacios, Dayana logró mejorar la convivencia en su familia. Su esposo recibió formación acerca de las masculinidades positivas, y se ha notado una enorme mejoría en su conducta. Según ella y sus mismas compañeras él “no es ni la sombra del hombre violento que era”. Se ha vuelto más cariñoso, no solo con su esposa, sino también con sus hijos.
Dayana, por su parte, se volvió más segura. En su hogar, levanta su voz para opinar y quejarse cuando algo no le parece bien. Conoce sus derechos y entendió que pasó por un proceso de violencia, que fue una mujer abusada y aún sigue trabajando en su autoestima para que esto no le vuelva a ocurrir.
Patricia salvó su vida. Los espacios seguros se volvieron un refugio para ella. Cuando José se dio cuenta de que había una comunidad entera apoyándola y dispuesta a protegerla, entendió que, si no la dejaba en paz, podría ir a la cárcel.
Ella no lo denunció, pero logró separarse de él y recuperó a sus hijos. Ahora vive con ellos y su madre. Trabaja de forma independiente para sacarlos adelante y dice que por el momento no piensa en tener otra relación.
Lloró mucho cuando me dijo “ahora lo único importante para mi son mis hijos, y quiero primero curar todo el dolor, para que cuando vuelva a tener una relación algún día, sepa cómo debe ser una pareja buena, una relación sana, una familia”.
Ella también ha cambiado. Su hija pequeña lo notó de inmediato y en algún momento le dijo: “Mami, ahora tú sí nos quieres. Ya no eres como antes que nos maltratabas y te ponías brava y nos dejabas solos”.
Estas historias nos hacen pensar que la implementación de los espacios seguros ha sido exitosa. Codehciu en alianza con el Fondo de Población de la Naciones Unidas (UNFPA), reunió a 25 mujeres reconocidas por su liderazgo y disposición en la participación de actividades en el sector e iniciaron en un espacio que les facilitó el preescolar “Gabriela Mistral”.
Desde Codehciu aseguran que todas han tenido protagonismo en la realización de las actividades. Luego de la primera experiencia, se empoderaron 50 mujeres más en Brisas del Sur, 50 mujeres y adolescentes en la parroquia Unare y 15 mujeres en la parroquia Dalla Costa, sector Brisas de Macagua.
Estas mujeres han dado continuidad a estos espacios formativos y han alcanzado y sensibilizado, sobre estos temas y otros, a mujeres de sus sectores. Además, sus parejas o familiares hombres se han sensibilizado también a través del programa de masculinidades positivas, ya que ellos reconocían el cambio que estaban teniendo las mujeres en estas sesiones.
Los espacios seguros, demuestran cómo a través de la educación, el diálogo, el fortalecimiento de la autoestima, pero sobre todo la unión, se pueden lograr grandes cambios en mujeres y hombres.
En el período de monitoreo entre septiembre de 2021 y abril de 2022, Codehciu contabilizó 260 manifestaciones de Violencia Basada en Género (VBG) en siete municipios del estado Bolívar. Caroní registra el índice más alto con 132 víctimas.
El informe de la organización alertó que hubo un aumento drástico de los casos de violencia contra la mujer durante los primeros cuatro meses de 2022. Al menos 80 mujeres, niñas y adolescentes fueron víctimas de violencia física; la mayoría de ellas, según lo reportado por medios de comunicación regionales, con lesiones y hematomas en el rostro a causa de golpes y/u objetos punzo penetrantes.
La Comisión para los Derechos Humanos y la Ciudadanía (Codehciu) instó al Estado venezolano a crear casas de abrigo, reforzar la capacitación en derechos humanos de los operadores de la justicia, y adoptar políticas de tolerancia cero en sus instituciones ante cualquier tipo de vulneración a niñas, adolescentes y mujeres.