Por: Yoselin García Colina, Revista Venezolana de Estudios de la Mujer
“Cuando una Mujer ingresa a la política lo que cambia es la mujer, cuando muchas mujeres ingresamos a la política lo que cambia es la política”
Florentina Gómez Miranda
Hoy en día pareciera que declararse feminista es un manifiesto que corresponde a una corriente de pensamiento impuesta, algo así como la hegemonía de los feminismos globales y que suele ser mal interpretada por quienes lo declaran en el decir, pero no en el hacer cotidiano, y me refiero tanto hombres como mujeres.
Sin embargo, de lo que se trata es de erradicar definitivamente el sistema patriarcal que ha generado una cultura de desigualdades que han hecho que las mujeres en el mundo no podamos alcanzar las mismas oportunidades en las diferentes áreas de la vida social, porque además en la mayoría de los casos somos las mujeres quienes conllevamos bajo nuestra responsabilidad los cuidados de los hijos y las hijas, de las madres o padres que pueden o no estar inhabilitados por enfermedad, de las discapacidades de algún o alguna integrante de la familia, inclusive, de la familia en sí misma, y que nos condena a la pobreza impuesta por un sistema que les imposibilita el acceso a un sistema de cuidados comunes y colectivos.
Es decir, la imposibilidad de las mujeres de lograr buena salud, porque posterga su autocuidado por el cuidado de otros; a la educación, porque generalmente, en los casos en los que las juventudes presentan embarazos a edades tempranas y desertan de clases, e inclusive porque llevan el rol de sostén de hogar.
No obstante, en el ámbito comunal, que ha hecho en Venezuela un ejercicio pleno de liderazgo femenino desde las bases, las acciones vinculantes que desarrollamos las mujeres trascienden todos los espacios de la dicotómica vida pública y de la denominada vida privada también, y es que la idea colectiva de que las mujeres estamos tomando todos los espacios en nuestro país ha dejado de ser una mera percepción y se ha convertido en una realidad que alcanza el 62% en los liderazgos de las UBCH (que representa una forma de organización política), el 43% en los escaños del Poder Legislativo Nacional e inclusive el 80% en el liderazgo de calle como expresión territorial local.
Esto representa un avance desde las banderas de lucha de las mujeres en torno a la participación social y política, sin embargo, resulta menester cuestionarse algunas aristas en torno a los desafíos y horizontes que implica ser una mujer política. Y es que ser lideresa revierte una densa responsabilidad que de acuerdo con la opinión de algunas tendencias radicales se convierte en otra carga de trabajo que adicionalmente al tema de los cuidados se añade como parte de la división sexual del trabajo, ya que sostienen que el trabajo político corresponde a una jornada laboral que debe ser también considerada, entendiendo que el hombre político se dedica exclusivamente a este ejercicio, mientras que las mujeres tenemos más de 3 jornadas diarias de trabajo incluyendo el trabajo político.
Ahora bien, estas son posturas que también son debatibles si se considera la participación de las mujeres como militantes del proceso de co-creación de la sociedad, es decir, la feminización de la política desde el quehacer comunitario de empoderamiento de las mujeres en la toma de decisión y acción desde la proximidad del espacio público.
Paralelamente a este fenómeno que ocurre en el caso venezolano, surge la necesidad desde los movimientos de mujeres de continuar enarbolando las luchas que refieren la trascendencia en las acciones políticas, es decir, alcanzar niveles de decisión que permitan lograr cambios estructurales en la concepción del estado sobre las discriminaciones y desigualdades que se han instaurado en el estado constituido sobre las mujeres. Es decir, ya dejó de ser un tema solo del alcance por la paridad política, sino que luego de haber alcanzado el poder político en esos porcentajes, el cuestionamiento deviene en la construcción de consensos político sobre el poder para gobernar, para dirigir y para liderar los procesos trascendentales que signan los destinos de la vida de todas y todos.
Por lo que la construcción del feminismo popular resulta imperante para gestar las particularidades de un proceso que no se parece a ningún otro, que busca la erradicación de las violencias, sobre todo aquellas basadas en el género, las discriminaciones, raciales, étnicas, de clase, las opresiones económicas, culturales, religiosas o de culto, o aquellas que provienen de condiciones migratorias, heteronormativas o incluso aporofóbicas.
Esta versión del feminismo calcada a la forma de la mujer venezolana que sostiene como filosofía la interseccionalidad como método de interconexión sororal que procura una agenda de lucha que coadyuve entre otros tantos a una visión de las masculinidades sanas que perfilen una construcción social del género, a elevar los niveles de participación de las mujeres de forma activa, es decir, en espacios de dirección, pero al mismo tiempo que gesten en el imaginario colectivo nuevas prácticas de lo común, lo público y lo político.
El reto para las mujeres venezolanas sobre todo aquellas que participamos en los asuntos públicos es poner en el centro de las agendas en cualquier ámbito de desarrollo, la transversalidad del enfoque de género como vía para alcanzar la igualdad, la equidad y el reconocimiento por la otredad, es decir, que el marco del sistema axiológicos de valores y principios puedan también adoptar un código de sororidad que genere empatía, aceptación del género, el acceso a las oportunidades y que no pretenda estar por encima sino que vaya acompasado con sus pares masculinos, evolucionando la perspectiva antropocentrista y androcéntrica instaurada, sino que al mismo tiempo reconozca en el marco de las diversidades las mayorías y disidencias desde la óptica biocéntrica.
Puede leer el artículo completo aquí